D-sapar-c-r

“Insects are evil thoughts thought of by selfish men
It nearly drives me crazy”
Ocean, Lou Reed

A veces hay que saber esperar el momento indicado. Afinar los sentidos. Si nos concentramos lo suficiente podemos escuchar los sonidos que se desprenden. Ver entre las sombras y la oscuridad. Sentir el parpadeo de un insecto, o vislumbrar la isla que desaparece, que se mueve a una nueva dirección.

Mirás a un punto fijo durante el mayor tiempo posible, concentrándote en no parpadear, y todo lo demás comienza a desaparecer. Todos tus sentidos se focalizan. Lo demás se vuelve vacío. Como cuando ves la pantalla del cine y sentís que el auditorio y los demás espectadores desaparecen.

Hay varias formas de desaparecer. Podés desaparecer como los insectos que pasan desapercibidos, que son omitidos. El sujeto tácito, los detalles. Están ahí pero no los vemos, se camuflan con el ambiente. Ellos pueden vernos, pero nosotros a ellos no. Pasa constantemente, cosas que se escapan a nuestros sentidos. De golpe alguien te menciona la cantidad de espejos rotos que hay tirados en la calle y empezás a verlos por todos lados.
Nunca les habías prestado atención. Como aquellos insectos que completan la habitación.
Si de golpe todos desaparecieran tardarías en saber qué falta, pero notarías al instante su ausencia.

Podés desaparecer como desaparece la isla en el momento en que la buscás. En este caso no sabés con seguridad si son tus ojos, un espejismo, o si es la isla la que se mueve, la que va a la deriva. Sabés que las islas no desaparecen, que están fijas, pero aún así no está. Es curioso escribir sobre islas imaginables para La Nave Imaginable. Quizás es más fácil de lo que aparenta: si todo es ficción, todo es imaginado. La isla se vuelve parte de la nave.

Otra forma es desaparecer físicamente. Hace unas semanas visitamos Finisterre, en búsqueda del Gran Sol y el sitio donde encontraron el velero a la deriva de Bas Jan Ader.
Bas también desapareció, nunca nadie volvió a saber de él, y hoy en día lo dan por muerto.
Su velero sufrió la misma suerte. Aunque lo habían dejado en custodia policial en un puerto de A Coruña, desapareció de un día para el otro, como por arte de magia. Es fácil desaparecer en el mar y no faltan ejemplos sobre esto. Aquella masa infinita y oscura, que se extiende más allá del horizonte.

Hay quienes dicen que no morimos, que no terminamos de desaparecer, hasta que no somos completamente olvidados por los vivos. En ese recuerdo queda nuestro fantasma, que sigue moviéndose entre las cosas. Como la persistencia retiniana mantiene vivas a las imágenes más allá de la pantalla, y le da sentido al cine. Con este acto podemos revivir constantemente, aunque sea durante uno, dos, o tres parpadeos.

Texto: Santiago Colombo Migliorero